jueves, 19 de junio de 2008

Uno sueña, otro despierta.


Esta vida, incomprensible y retadora, consiente al cuerpo soñador, que volando aprende a caer.

E hipnotizadas, las bocas conformistas cantan, le cantan al consejo, para dar al clavo con una sonrisa pasajera.

Que mientras tu sueñas, yo despierto infinitas veces, y solo sueño cuando un beso se acomoda en nuestras bocas, cuando bocas y lenguas no se usan como armas que al magnetismo suelen maltratar.

Así como la hormiga diminuta que de haber escapado de aquella masacre de suelas inconscientes, duda al preciso momento de volver o salir, salir a jugar.

Y en el sol tu, tan tranquila en tu sonrisa, tan amiga de la brisa, riendo al desconocer, desconociendo al reír, reír por versos de amor, y a veces por su precavida y triunfante seducción. Seducciones que son bailes incansables de cerveza en mi razón, y aunque por mareo vuelvo a resbalar, aquel hombre echado en el piso revisa su suela desgastada pero ilesa, y confundida, la duda pregunta si puede preguntar.

Que al consciente le juegan repetidas trampas, y las espada del querer y el cantar, la amenaza hasta que lo hace sentir real, y mi cuerpo sueña con hacerla soñar.

Que es su sonrisa tan perfecta que despierta al faisán, ese ave de alas cortas que aprendió a volar, manos tan sutiles que te toman entre sus dedos y te enseñan a soñar, y yo tan lleno me culpo de inconformidad, prisa e incredulidad. Y se vuelve el grito mi mejor consejo, ese grito silencioso que mientras tu soñabas, me hizo despertar.

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